El otoño —sea cual sea el término que se prefiera— es la estación favorita de muchos por el espectáculo de las hojas que se tornan naranjas, amarillas, rojas y marrones, y por los aromas a canela, manzanas y calabazas que impregnan el aire. Si bien la transición del verano al invierno es hermosa, también puede ser melancólica, ya que representa el regreso del frío. Esta metáfora resulta apropiada al hablar de la progresión de la demencia. Aunque la progresión suele significar que los síntomas empeorarán y que la persona con demencia comenzará a tener más lapsos de memoria, existen maneras de estimular los sentidos y agudizar las capacidades que aún conserva.
Por su naturaleza, la demencia y el Alzheimer son enfermedades progresivas, lo que significa que pueden comenzar de forma relativamente leve y apenas perceptible al principio, pero los síntomas empeoran con el tiempo, generalmente a lo largo de varios años. Su alcance es amplio: afectan la memoria, el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la comunicación, y a menudo también las emociones, la percepción y el comportamiento hacia los demás. A medida que la demencia progresa, se hace necesario cierto nivel de apoyo en la vida diaria de la persona, aunque el tiempo que esto implica varía en cada caso. Si bien las tres etapas principales de la demencia se conocen generalmente como inicial, intermedia y avanzada, estas son solo una guía, ya que existen muchas subetapas que los profesionales médicos utilizan para describir los síntomas y los efectos que experimenta la persona que vive con la enfermedad, tanto física como mentalmente.
Dado que los deseos, necesidades y preferencias de cada persona varían, es importante que, si vives con demencia, hagas una evaluación o inventario de las cosas que son importantes para ti en tu vida diaria y se lo comuniques a tus familiares o amigos. O, si eres cuidador, es importante que estés atento a lo que la persona valora y necesita, especialmente a medida que avanza en la enfermedad. Si bien siempre habrá imprevistos relacionados con la demencia o el Alzheimer, crear un estilo de vida estable y con rutinas ayudará mucho a la persona que vive con la enfermedad a vivir mejor y con mayor facilidad.
La regulación puede ser la clave para arraigar a la persona que vive con demencia.
En las primeras etapas de la demencia , la memoria a corto plazo se ve afectada mucho más directamente que la de largo plazo, lo que puede repercutir gravemente en las tareas cotidianas que forman parte de la rutina diaria. Por lo tanto, mantener la mayor previsibilidad posible en las primeras etapas es de suma importancia. Establecer rutinas desde el principio también puede favorecer la evolución de la persona hacia las etapas intermedias de la enfermedad.
Las personas con demencia en fase intermedia a menudo se sienten inútiles cuando ya no participan en las tareas cotidianas; por eso, pedirles que realicen tareas sencillas en casa (adaptadas a sus capacidades) puede ser muy beneficioso. Por ejemplo, barrer y que la persona sostenga el recogedor le proporcionará una sensación de propósito y logro. Lo importante es no criticar cómo realizan la tarea, sino elogiarlas por haberla hecho.
En las etapas avanzadas, la percepción del tiempo se vuelve difusa y puede alterar los ritmos circadianos, dificultando conciliar el sueño y diferenciar el día de la noche. Por ello, basar las tareas o actividades en la hora del día o después de las comidas puede ser una excelente manera de incorporar señales no verbales a la rutina. Esto es especialmente importante cuando las habilidades comunicativas se ven limitadas y se necesita recurrir a otros modos de comunicación además de las señales verbales. Por ejemplo, si a la persona con demencia se le indica que realice una actividad concreta al abrir la cortina y llega a reconocer la luz del sol como el desencadenante, es posible que con el tiempo asocie la luz con la actividad. Este tipo de señales visuales pueden servir para recordar realizar tareas o actividades específicas en determinados momentos.
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